lunes, 9 de abril de 2018

“El Gran Poder”, de Pájaro: Mantén la fe.


Solía decir Jim Morrison que el tercer disco marcaba el final del comienzo, que representaba un punto de inflexión en el que el artista, el músico, debía trabajar sin el material acumulado durante años, que es de alguna forma el primer disco que se hace desde cero, a conciencia. Pájaro nos ha venido deslumbrando desde que publicase “Santa Leone” y posteriormente con “He matado al ángel”, dos obras maestras que deberían haberlo encumbrado al altar de los grandes. Mi miedo, un miedo secreto de esos que no compartes para que no tomen cuerpo, era que el nivel de estos trabajos fuera complicado de mantenerse, como si temieras que el amor a alguien acabase resintiéndose de alguna forma inexorable que solo el tiempo entiende, era imposible mantener ese nivel, parir una obra maestra detrás de otra. Pero mi falta de fe ha sido castigada, Pájaro ha vuelto a regalarnos (porque esto sólo puede catalogarse de regalo) otra obra de arte grande, hermosa, grandilocuente en su sencillez, repleta de matices, repleto de recovecos emocionales como si fuera un retablo de iglesia barroca en el que en cada vericueto, en cada pliego se acumula el polvo de la carretera, el incienso, la sangre, el carisma y el talento, talento y carisma que se le caen a borbotones a este artista de corte profundo llamado Pájaro.

Corre, chacal, corre” inicia como si comenzaran los créditos de la película, polvorienta, dolorosa, intensa, ¡qué canción! En “Los callados” Pájaro duele, porque la belleza también duele, un canto a la libertad y en defensa de los olvidados, esos vientos elevan la canción hasta encogerte las entrañas. No puedo evitar decir que, como en todos los trabajos de Pájaro, la producción es de una belleza exquisita, está cincelada con un gusto, una delicadeza y un empeño descomunal, una colección de detalles impresionante. Acústicas y vientos aquí, riffs con distorsión allá, el hammond de Julián Maeso que aparece… las canciones aquí son como grandes obras pictóricas conformadas por mil y una pinceladas propias de un maestro orfebre. “Rayo mortal” golpea con furia (esas guitarras…) y con “A galopar” (poema de Rafael Alberti con el que suelen finalizar los conciertos) nos termina por avasallar, parece que sientes la sangre caliente entre esos redobles como si fueran los caballos que pasan por encima de ti. El ritmo se vuelve aún más trepidante con “El tabernario” y alcanza sus más altas cotas con una maravilla titulada “Yo fui Johnny Thunders”. Como regalo final Pájaro nos deja una sorprendente versión del “Let’s go away for a while” que Brian Wilson incluía en el “Pet Sounds”, con la sensación de que el viaje ha durado apenas un suspiro.

“El gran poder” es eso, fuerza, belleza, sangre, un trabajo impecable que además se presenta con un diseño marca de la casa de Álvaro–Pff (The Fly Factoy). Pájaro es por derecho propio un grande y lo ha vuelto a demostrar. Gracias maestro.