Seguimos nuestros "días 091" con la participación de Jesús Sánchez, granadino, rockero y amigo. Desde su ciudad natal nos lleva de la mano por la escena local en aquellos primeros años, contádonos cómo fue su relación con la escena musical en general y con los 091 en particular en uno de los mejores artículos que se han publicado en este blog.
El año 1996, que marcó la separación de 091, me pilló con 24 años, intentando terminar una carrera de Derecho que tenía atragantada; ese año comencé a trabajar y abandoné los estudios. Pero vayamos más atrás. Viví mis primeros años de estudiante universitario en mi casa paterna, pero sin su vigilancia, ya que mis padres vivieron en Málaga hasta que mi padre se jubiló. Con 18 años, Granada se me reveló como un hervidero de sensaciones. Era 1990, y yo llevaba ya varios años inoculado por el virus del rock. Me pasaba el día en la calle. Bueno, en los bares. Por donde no me veían mucho era por la Facultad de Derecho. Sabía de la existencia de 091, una banda local que, desde mi punto de vista, apenas trascendía de ese ámbito. Nunca les presté atención. En aquella época, yo sólo tenía oídos para el rock progresivo de los setenta y para el hard rock americano de los ochenta. Todo lo demás, me parecía tan sumamente intrascendente que me cerraba en banda a descubrir nada nuevo. Y mucho menos a una banda nacional. Lo que se dice un señor prejuicio. Mi ignorancia me llevó a pensar que era imposible que de mi ciudad saliera nada que mereciese mi atención. Ni siquiera fui congruente con un antecedente tan palmario como era Miguel Ríos, al que yo adoraba. Era el único artista español que tenía acceso al plato de mi giradiscos o al radio casette del viejo Seat 127 de mi padre.
En esos años universitarios, viví el auge de la “movida granadina”, más por ganas de salir y conocer gente que por verdadero interés en esa panda de llorones, que es lo que eran muchas de esas bandas. Recuerdo conciertos en los antiguos Jardines de Neptuno, o en un desaparecido antro, Ronda 101, en los que fui testigo de los primeros pasos de bandas que luego fueron importantes. Vale, aquello no estaba mal, pero para mí no era nada comparado con lo que me ponía en casa; The Doors, Led Zeppelin, Social Distortion, Soundgarden, Jane´s Addiction… ¿por qué prestar atención a la escena local? Cantaban casi todos en español, las letras eran insufribles, estaban todos amargados, y lo peor: no había manera de escuchar un puñetero solo de guitarra…aquello no iba conmigo.
091 siempre estaban allí, en cuerpo o en espíritu, y mis prejuicios hicieron el resto, les metí en ese saco de músicos mingasfrias. La gente hablaba mucho de ellos en Granada, aunque no se prodigaban demasiado en los medios nacionales, al menos no tanto como ahora. El respeto reverencial del que se han hecho acreedores con el paso de los años, choca, en mi opinión, con los devaneos poperos de aquella nueva ola granadina, artistas que miraban más a Manchester que a otro sitio. Fueron los años de Lagartija Nick (que sí me llamaron bastante la atención en sus comienzos), Dorian Gray, Cecilia Ann, La Banda de Ma Baker y más tarde Mutantes, y la gran explosión de la para mí, banda más sobrevalorada de todos los tiempos, Los Planetas. En realidad, a la única banda a la que realmente le vi potencial de esa hornada fue a Christiania, y por supuesto, a Hora Zulú, que al menos si le ponían testosterona a la cosa.
Mi impresión acerca de los Cero, en aquellos años, es que eran unos tipos bastante chulescos. Sobre todo, el look de José A. García era muy, muy macarra, todo cuero y gomina. Imponía mucho. Yo iba mucho en aquellos años al Peatón, y casi todas las noches veía allí a Tacho, siempre rodeado de chicas; el muy cabrón tenía una bonita melena, llevaba un look digamos muy neoromántico ochentero, y la verdad es que desprendía carisma por los cuatro costados. Joder, que envidia me daba. Por todo esto puedo decir que, en realidad, no sentía demasiado simpatía por ellos, conocía algunas de sus canciones, no me parecían nada del otro mundo, y encima campaban por Granada con esos aires de superioridad…
A veces, cuando nos hartábamos de Peatón, mis amigos y yo tirábamos para el Ruido Rosa, algo así como el sancta sanctorum del rock granadino en los noventa. Allí, si no estabas en una banda, te sentías un poco fuera de sitio. A Lapido (José Ignacio) nunca le conocí, aunque le veía allí bastante.
Cuando uno se va haciendo mayor, va derribando prejuicios, admitiendo errores, parándose a pensar si aquello de lo que uno renegaba no estaría tan mal. Reconozco que fue con la edición del “Último concierto” donde descubrí que los Cero eran una banda potente y competente. Y con muy pocos puntos en común con lo que yo más odiaba del rock (por así llamarlo) granadino. Dos guitarras potentes, una de ellas con licks muy estudiados, un buen batería y un cantante excelente que aun era mejor frontman. Ya era tarde, pero pude admitir que ellos sí podrían jugar en la liga de las bandas que a mí me gustaban.
Unos años después, todo el mundo empezó a venerar a Lapido, a raíz de sus primeros discos en solitario. Me acerqué un poco a su música, por curiosidad, y la verdad es que me pareció algo realmente sublime. Ahora el que estaba cambiando era yo.
|
Joe Strummer y Jesús Arias. |
Por esos años tuve la oportunidad de conocer a José Antonio García, cuando coincidimos durante varios años como miembros del jurado del concurso de bandas jóvenes que organizaba el Instituto Andaluz de Juventud, y cuyas finales coincidían con el Festival del Zaidín. Un tipo maravilloso, con el que era un placer departir sobre música, y que poco tenía que ver con la imagen que yo me había diseñado de él unos años antes. Las veces que coincidí con él y con el desaparecido (y añorado) Jesús Arias, con unas cervezas de por medio en aquella explanada del Zaidín, terminábamos hablando sobre música, experiencias, los años de Strummer en Granada, los inicios de aquellos TNT, que eran un auténtico milagro de banda si tenemos en cuenta la Granada que les vio nacer…fueron encuentros esporádicos pero en los que descubrí a una persona que no sólo era historia del rock en carne y hueso, sino que además era un tipo bastante alejado del cliché en el que yo le había encasillado. Lo más curioso era ver como, en el backstage de aquellas noches zaidineras, tanto los músicos jóvenes como los más veteranos se acercaban a él a saludarlo en plan “este tio es una leyenda”. Y me resultaba muy curioso como, sobre todo entre las bandas más veteranas, a José Antonio le hacían bastantes referencias a los TNT. Es decir, su sombra no se proyectaba ya sólo por los Cero, sino que años antes ya había comenzado a dejar huella.
En definitiva, estoy contento de que gente como ellos, que han estado ahí peleando en los ochenta, y desaparecidos en combate luego, tenga esta segunda edad de oro. Se habla en estos días de cierto “hype” con los Cero. En realidad, más que de eso, creo que se trata de un ajuste de cuentas entre la honestidad y la fama. Gracias a aquella, al hecho de tener que dejarlo en su momento, y de currarse una vida nueva para volver ahora a ver el legado vivo de tu trabajo, ha llegado el reconocimiento final del gran público. Muchos de los que en su día les dimos la espalda, les recibimos ahora con los brazos abiertos, y el palo cortao en el vaso. Y que Dios nos perdone por los errores del pasado, si es que sigue estando de nuestro lado.