Llevaba tiempo queriendo soltar un pequeño ladrillo acerca del tema, y hoy precisamente al ser día del padre creo que es la ocasión oportuna, aunque lo oportuno no deja de ser una excusa como otra cualquiera.
La Stone Family según Pocoyó.
Poca broma esto de ser padre, amigos... Me sigue pareciendo harto raro celebrar este día como tal (esto es, como padre), en lugar de ser yo quien, desde hace mucho tiempo, fuese el que decorase piedras, confeccionaba corbatas de cartulina o preparaba un collage para mi padre. En cambio ahora soy yo a quien le agasajan con regalos de lo más variopinto y entrañable. Acabo de cumplir los 40 añazos y al mirar atrás no puedes evitar dejar de acordarte de los momentos más importantes de tu vida, los que han cambiado tu forma de ser, pensar y sentir, y de percibir el mundo que te rodea, a saber: irme a vivir a Madrid, mi año en Dublín, algunos amigos, conocer a mi mujer, mi experiencia en la radio... pero sobre todo, las experiencias más extremas han sido sin ninguna duda tener a Lucía y al mismo tiempo tener y despedir a Inés.
La Stone Family según Lu.
Por duro e inexpugnable que uno pueda llegar a creerse, no hay nada que te haga estar preparado para la vulnerabilidad extrema a la que te enfrentas al encontrarte con un hijo. No es sólo el hecho de haber traído a un ser humano a la vida y la responsabilidad que conlleva, sino que es parte de ti, y lo será siempre, independientemente de lo lejos o cerca que vuestros caminos puedan seguir uno del otro. Se habla mucho del vínculo eterno y sagrado de la madre con el hijo. No es para menos, llevar una criatura durante todo el periodo de gestación es una prueba titánica y efectivamente la semilla (válgame el torpe juego de palabras) de un sentimiento de cercanía y comunión que un padre nunca podrá llegar a tener. Pero el vínculo de un padre con su hija aparece, se arraiga en lo más profundo de tu alma y sus raíces seguirán ahí incluso cuando se han ido.
Dos de las personas a las que más admiro.
Poca broma esto de ser padre, amigos. Hace casi seis años vino Lucía, que jugando con el significado de su nombre, es como una luz alrededor de tanta vulgaridad y tristeza. Inés como decía vino y se fue, ampliando la lista de ángeles que sientes cuidan de ti y de los tuyos. Y Natalia debe llegar en un par de semanas. Y me siento padre, más que nunca. Fuerte y a la vez vulnerable. Feliz y al mismo tiempo con miedo. Pero sobre todo me siento afortunado. De ser hijo de un padre al que adoro y admiro, y padre de una/s hija/s que me hace sentir más vivo que nunca. Y cansado, que después de tanto glamour, seguirle el ritmo a los críos es cansado de cojones.
Uno de mis pequeños sueños… cantar con Lucía esta canción algún día.
2015 no está siendo un año fructífero respecto al blog y bueno, ya era momento de hacer algo al respecto. Y este es un post que tenía en mente desde hace tiempo, rendirle el tributo que se merece a un disco que me ha fascinado desde el primer día que cayó en mis manos, el (horrorosamente) llamado “disco de la cabra” de The Cult, o como yo lo llamo, el “The Cult” de los Cult (¡!).
Recuerdo hace un tiempo que en el popular 1 hicieron un reportaje de discos perdidos, algo así como grandes discos de grandes formaciones que quedaron eclipsados por cualquier razón (estar detrás de joyas, escasa repercusión comercial, problemas discográficos… quién sabe), y entre ellos estaban el Rattle & Hum de U2, Three snakes and one charm de Black Crowes y, muy acertadamente, este The Cult. Y en efecto, de una carrera inmaculada la de los británicos, este ha sido su disco más efímero, con menos repercusión comercial y que menos calado ha tenido en el imaginario colectivo de sus fans. Y nunca he entendido por qué.
The Fly, la loca modernista
Situémonos, los Cult venían de su época gloriosa de hard rock con su trilogía mágica que les puso en lo más alto, Love (1.985), Electric (1.987) y Sonic Temple (1.989). Pero al llegar a los 90’s como todos sabemos, la industria musical cambió completamente. Se produjo un giro músico-cultural que arrasó con todo lo que había en ese momento, y especialmente con las bandas de hard rock que habían reinado en los 80’s, hair bands que pasaron de ser los reyes del cotarro a ser de un día a otro completamente defenestradas. Y a The Cult no les fue distinto. A una trilogía insuperable le siguió un irregular Ceremony, en el que el agotamiento de la fórmula, el cambio de la escena y sobre todo el culo inquieto de Ian Astbury acabaron con la banda tal y como se conocía hasta entonces. Astbury siempre ha sido un tipo impredecible, quizá demasiado, en todo momento pendiente de las nueves corrientes
Alguien que sepa encender el pc...?
artísticas, y en el 94 había un grupo que lo tenía completamente noqueado: U2 habían conseguido con su Acthung baby una afrenta musical de proporciones míticas, una banda de rock tradicional que después de un breve viraje hacia el blues había conseguido dar un salto al vacío y reinventarse mezclando glam, rock, sonido Manchester y componentes futuristas. Ian estaba realmente alucinado, sólo existían para él U2 y Depeche Mode, bandas que habían girado hacía sonidos electrónicos, de baile, introduciendo algo vetado hasta entonces en el rock más tradicional, loops, bases programadas, cajas de ritmo… un más allá a través de la tecnología, un paso que curiosamente acabaría engullendo a los irlandeses, en concreto a The Edge que se perdió en sus efectos para involucionar en un guitarrista mediocre hasta el vómito.
Hay portadas que no ayudan, no.
En 1.994 aparecía el disco y la confusión fue enorme. ¿Qué ha pasado aquí? Ian se había cortado sus largas melenas, no había cuero, había bases programadas y loops por todas partes. ¿Y los solos de guitarra? Nada parecía tener sentido. ¿O sí? En efecto, no ibas a encontrarte un Heart of soul o un trallazo hard rockero como Sweet Soul Sister, pero, joder… ¿quién diablos puede quejarse con temas tan exageradamente buenos como Gone con el que comienzan, inquietante y sugerente, con ese riff de Billy Duffy tan sucio… Coming Down es una bala de alto contenido adrenalítico, un ritmo 100% machacón con un Astbury cantando con los cojones, suciedad, sexo alcohol, incluso la propia imperfección del disco parece ajustada para dar la imagen de disco decadente, una música futurista para un nuevo milenio donde las sensaciones van a pasar a una velocidad frenética. Podríamos desgranar el disco completo, Joy parece por momentos una versión del siglo XXI de unos Doors modernistas, Star es el single perfecto, imagen 90’s y un tema pensado para salas de baile (sí, el rock es para bailar, joder!!), Be free es lo más parecido a su época hard rockera… Una colección de canciones soberbias pero que, sin embargo, no fueron entendidas en su momento y que tuvieron una casi nula repercusión. Los antiguos fans se sintieron defraudados y los nuevos no querían saber nada de ellos. Había incluso quien decía que Astbury cantaba mal en el disco!!!!! WTF!!!!!
Ok, entendámoslo, en el 94 The Cult casi eran dinosaurios al lado de la vorágine de nuevas formaciones que desde la aparición de Nirvana y compañía aparecían día a día. E incluso su apuesta musical quedó eclipsada por formaciones más jóvenes que habían dado pasos mucho más avanzados (White Zombie, Nine Inch Nails, Marylin Manson… habían llegado mucho más lejos casi sin proponérselos y arriesgando mucho menos). Igualmente, de nuevo, la inestable personalidad de Ian Astbury hizo que se cansara rápidamente del disco y sus canciones (no tengo constancia de que haya interpretado ninguna de ellas en giras posteriores), renegando de él. Billy Duffy tampoco ayudaba quejándose en público de que no había solos de guitarra en él. Así, todo se fue directamente a la mierda. De hecho, tardaron siete años en volver a juntarse para grabar un nuevo disco, en el que Astbury, de nuevo, intentó impregnarse del sonido Nu Metal que había arrasado, pero… esa es otra historia.
Si The Cult, el disco, hubiera salido en otra época ahora estaríamos hablando de un clásico.