Normalmente, cuando un artista, habitualmente anglosajón, se ha venido refiriendo al músico español, acostumbra a indicar que su música proviene del alma, como si su proceso creativo fuese transparente y en el cual lo que se quiere decir coincide con lo que realmente se dice, un canal directo en el que no hay subterfugios ni artificios: esto es lo que hago, esto es lo que soy. Sin embargo, el músico mexicano es otra cosa. Su música, su arte, no llega del alma, sino de la sangre. Es como si la furia y la fuerza de una civilización poderosa y ancestral se manifestara en sus acordes, en sus ritmos y en sus letras. No, no tienen tanto en común el rock español y el que se hace en Latinoamérica como nos quieren hacer creer los gurús de la música latina, palabro (lo latino) tan defenestrado en los canales musicales hoy en día. Término que hace décadas era motivo de orgullo (Santana) hoy es casi una bomba de destrucción masiva (… pongan a quien quieran, los ejemplos por desgracia son innumerables, solo hay que encender la MTV). Independientemente de utilizar un mismo lenguaje, el rock en España no tiene nada que ver con el mexicano. Adolece sin duda de fuerza, pero de fuerza real, nunca impostada, nunca prefabricada en poses ególatras ni forzadas portadas de revistas. Tanto incluso que el pop más festivo e incandescente de unos Plastilina Mosh se ríe en la cara de todos los modernos ibéricos, con más sentido del espectáculo en un solo tema que en toda la discografía de Carlos Jean o de la veneradísima Alaska.
No es esta una disertación gratuita. Recientemente ha caído en mis manos un EP de los Siete Negro, banda de Monterrey, Nuevo León, norte mexicano, cultura rallando lo fronterizo, una ciudad donde el fuerte desarrollo económico se mezcla con la cultura mexicana más esencial. Los regios son gente fuerte, amable, orgullosa y a la vez cálida, siempre dispuesta a abrir una Tecate bien fría a tu salud, y que te seguirá de fiesta hasta donde seas capaz de aguantar. Ciudad tan orgullosa como encerrada de alguna forma en sí misma, quizá debido a la omnipresente figura del cerro que los recoge hacia sí mismos, quizá por sentirse distintos, quizá por encontrarse a medio camino entre lo mexicano y lo estadounidense. Siete Negro son eso y mucho más, es el orgullo hecho rock & roll, punk setentero sucio, fuerte, arrollador, la jodida esencia de lo que debe ser el punk, actitud y mucha fuerza. La velocidad adecuada para el momento adecuado, un cantante (el apodo Big Javi hace justicia) que se apodera de cada nota, una especie de Glenn Danzig mexicano con la misma mala baba y la misma fuerza interpretativa, que no sólo es capaz de dejarte claro que te va a poner en tu lugar, sino de emocionarte con una espeluznante psyco-balada (Let me fall) que es de lejos, la mejor canción en español que he escuchado en mucho tiempo, la canción que todo rockero con el corazón roto debería tatuarse en el torso. Igualmente es el rock festivo, el punk-surf para quemar la ciudad un sábado por la noche con la actitud en el bolsillo y la entrepierna cargada de adrenalina. Esto es lo que es Siete Negro, sangre mexicana en vena a mil por hora, rock & roll sucio de la vieja escuela de la Motor Detroit city para quemar lo que se te ponga por delante.
Sin duda,… ESTO ES ROCK & ROLL!
No es esta una disertación gratuita. Recientemente ha caído en mis manos un EP de los Siete Negro, banda de Monterrey, Nuevo León, norte mexicano, cultura rallando lo fronterizo, una ciudad donde el fuerte desarrollo económico se mezcla con la cultura mexicana más esencial. Los regios son gente fuerte, amable, orgullosa y a la vez cálida, siempre dispuesta a abrir una Tecate bien fría a tu salud, y que te seguirá de fiesta hasta donde seas capaz de aguantar. Ciudad tan orgullosa como encerrada de alguna forma en sí misma, quizá debido a la omnipresente figura del cerro que los recoge hacia sí mismos, quizá por sentirse distintos, quizá por encontrarse a medio camino entre lo mexicano y lo estadounidense. Siete Negro son eso y mucho más, es el orgullo hecho rock & roll, punk setentero sucio, fuerte, arrollador, la jodida esencia de lo que debe ser el punk, actitud y mucha fuerza. La velocidad adecuada para el momento adecuado, un cantante (el apodo Big Javi hace justicia) que se apodera de cada nota, una especie de Glenn Danzig mexicano con la misma mala baba y la misma fuerza interpretativa, que no sólo es capaz de dejarte claro que te va a poner en tu lugar, sino de emocionarte con una espeluznante psyco-balada (Let me fall) que es de lejos, la mejor canción en español que he escuchado en mucho tiempo, la canción que todo rockero con el corazón roto debería tatuarse en el torso. Igualmente es el rock festivo, el punk-surf para quemar la ciudad un sábado por la noche con la actitud en el bolsillo y la entrepierna cargada de adrenalina. Esto es lo que es Siete Negro, sangre mexicana en vena a mil por hora, rock & roll sucio de la vieja escuela de la Motor Detroit city para quemar lo que se te ponga por delante.
Sin duda,… ESTO ES ROCK & ROLL!