Hubo una época en que cada paso de U2 era seguido con pasión por hordas de fans enloquecidos, en la que eran portada de todas las revistas de rock del planeta y en la que sus canciones sonaban a todas horas en las emisoras de radio. Días en los que cualquier leyenda consagrada los citaba constantemente como si fueran los nuevos Beatles, una época en la que U2 eran, simplemente, la mejor banda de rock sobre el planeta. Hubo una época que, hoy, parece perdida para siempre.
Ahora estamos en 2007 y el 10 de diciembre se cumplían 20 años desde que The Joshua Tree saliera a la venta, con todo lo que ello significó para la banda, para el rock y para muchos de nosotros. Recuerdo todavía que mi primer contacto con ellos fue al comprarle a mi hermano por su cumpleaños la susodicha cinta cassette en un hipermercado cerca de la playa. Eso fue en verano y yo tenía apenas 13 años. La sobreexplotación a las canciones del Johua Tree era inevitable en aquellos días, aquellos tres himnos sonaban a todas horas.
Pero realmente no fue hasta el año siguiente cuando entré de forma definitiva en la música de los irlandeses, exactamente un día de diciembre gracias al dinero fresco obtenido en mi cumpleaños, gastado religiosamente en un doble recopilatorio de los Housemartins (!¡) y el recién salido al mercado “Rattle & Hum” (dichosos tiempos de dobles discos de vinilo). Obviamente me faltó tiempo para quemarlo bajo la aguja de mi tocadiscos Investrónica. Y es que aquello me noqueó por completo. Los U2 de entonces eran una banda joven, sobrada de talento, fuerza y ganas de cambiar el mundo y que arrasaba allá por donde pasaba.
Hoy el panorama ha cambiado, el tiempo es implacable, y los músicos raramente son capaces de mantener durante décadas el mismo nivel de calidad, éxito y... cordura, y mucho menos todo a la vez. Desde luego, el mercado musical ya no permite que los grupos mantengan una carrera a largo plazo. Las discográficas exigen éxitos inmediatos, no invierten en las bandas, y cuando lo hacen las usan y tiran a su antojo, sin ningún interés puramente artístico. En el caso de U2 se puede decir que son unos supervivientes: Comenzaron a finales del 79 y aún hoy siguen girando y grabando discos, independientemente del nivel que hayan mantenido en cada uno de sus distintos trabajos hasta la fecha.
Y no es que Bono se haya imbuido en su propio personaje mesiánico de salvador del mundo, o que viaje hablando de pobreza en su jet privado codeándose con las grandes figuras internacionales de las Naciones Unidas. No es que hoy en día no sean más que parodias de sí mismos: Es que su música ha dejado de tener ni por asomo aquello que los hizo más grandes que la vida. Ni sus extravagantes puestas en escena, ni su grandilocuencia vacía importarían nada si su carisma y su música se mantuvieran, de alguna forma, dignamente.
Estamos en 2007, un nuevo milenio, un nuevo mundo cada vez más desquiciado, con nuevas tendencias, nuevas promesas rockeras de usar y tirar, sistemas de distribución de canciones en donde lo que menos importa es el artista,… Un panorama que nada tiene que ver con el se encontraron los cuatro irlandeses en el Dublín de finales de los 70. Un país pobre (“los irlandeses somos los negros de Europa” The Committments, Alan Parker), con fuertes conflictos sociopolítico-militares enraizados en insalvables (y sangrientas) diferencias religiosas entre católicos y protestantes que alcanzan a marcar la cultura irlandesa tanto como una Guiness recién servida. En la escena rockera británica las estrellas del momento pertenecen a la New Wave, el post punk con grupos como Blondie, Televisión o Talking Heads. En Irlanda hay dos figuras básicas: Thin Lizzy y Rory Gallaguer.
En ese escenario, Bono y compañía trataron de salvar sus vidas de futuro incierto montando una banda de rock sin saber ni una sola nota. Desde un principio tenían muy claro que si querían llegar a algún sitio, debían hacer algo distinto. Y en ese camino se pusieron: un Bono dramático, derrochando carisma y ambición por los cuatro costados; un Edge desarrollando un personalísimo e inconfundible estilo propio a la guitarra, y unas canciones cargadas de fuerza y pasión descontrolada fueron más que suficiente para colocarlos en la primera fila de la escena musical irlandesa en los estertores de los 70 y conseguir grabar su primer LP en 1980 (“Boy”) con el sello Island, la discográfica de Bob Marley y Free.
Con “Boy” da comienzo una espectacular discografía en la que las palabras evolución, coherencia, pasión y ambición fueron una constante hasta mediados de los años 90. En este su primer disco la juventud y la inexperiencia se compensan con una tremenda fuerza y un carisma escénico fuera de lo común. Canciones como “I will follow” o “11 o’clock tic toc”, así como extensas giras por el Reino Unido fueron más que suficientes para que la banda alcance importantes puestos en las listas y fuesen conocidos por todas las islas. U2 eran por méritos propios “the next big thing”. Si bien es un disco muy considerado por los fans de la banda, Boy no ha aguantado bien el paso del tiempo: ni sus canciones, ni su estilo post punk, ni su producción New Wave han mantenido el tipo, aunque curiosamente, de sus tres primeros discos posiblemente sea el mejor.
Más adelante tendríamos en las tiendas “October” y “War”, ejercicios de continuismo estilístico que pese a traer canciones notables (Gloria, Sunday Bloody Sunday, Two Hearts Beat as One, New Years Day) adolecen de mantener unos parámetros demasiado parecidos a los de su disco de debut pero sin su misma frescura: el estancamiento se asoma a lo lejos y en esta banda no hay cabida para eso. En directo son imparables y su ascensión es fulgurante, no sólo en UK: América ya les ha abierto sus puertas y no dejan de girar por la tierra del tío Sam, atrayendo adeptos a su “religión”. Su disco en directo “Under a red blood sky” y su correspondiente video dan buena muestra de ello. La parafernalia pacifista-moralista, el Bono predicador-actor, un puñado de buenas canciones interpretadas en un directo demoledor hacen que U2 estén en su primer punto de inflexión. El camino recorrido ya no da más de sí, renovarse o morir.
Nos encontramos a finales de 1983, y el grupo anda buscando nuevo productor, la persona indicada que les haga dar un paso más allá, guiarles hacia un sonido propio que les aleje de ese rock granolítico donde sienten que ya no pueden hacer más que repetirse. De esta forma, la noticia le llega a Brian Eno, guitarrista de Roxy Music y afamado productor por sus fantásticos e innovadores trabajos (David Bowie (“Heroes”, 1974), que ve en los irlandeses “una banda joven que no ha hecho nada interesante desde Boy”. Brian Eno era su hombre, definitivamente. De la mano del inglés, los irlandeses no sólo darían un gran paso adelante con su siguiente disco “The Unforgettable fire” de 1984, si no que serían varias las veces en las que Eno acudiría en su ayuda para sacarlos de atolladeros creativos.
Y bien, como decíamos, en este nuevo disco lo que encontramos se podría resumir en dos palabras: Experimentación y búsqueda. Eno mueve los hilos adecuados para que los irlandeses experimenten y busquen, no sólo en su música, si no dentro de ellos mismos, como músicos y como seres humanos. La adolescencia ha quedado atrás por completo, el peso de la fama y la consciencia creativa comienzan a pesar sobre sus cabezas con lo que tienen que parar, mirar hacia dentro para mirar luego hacia fuera. Gritar más fuerte no significa que te oigan mejor, parece que susurra Bono (“You got to cry without weeping,talk without speaking, scream without raising your voice” cantaría más tarde Bono). Unos parámetros más calmados son la nota predominante en los surcos del disco, que contrastan con la energía desbocada de sus discos anteriores. Las notas se alargan, los tonos se agudizan, los instrumentos se embarcan en travesías de melancolía, el espíritu de la banda consigue librarse de un corsé que se le había quedado más que pequeño. Y si bien, el disco adolece de parecer, a veces, inconcluso, formado de retazos de ideas, Eno consigue que facturen dos de las primeras canciones sobresalientes de su carrera. La primera es Bad, un llanto desesperado que Bono le canta a un amigo dublinés perdido en el infierno de la droga. La segunda es, como no, Pride (In the name of love), que se convierte al momento en su primer gran clásico. Un riff inconfundible (sacado de una de esas largas sesiones de improvisación a las que el productor inflingía a los músicos), una letra apabullante y un Bono dándolo todo hacen de ella una auténtica obra maestra.
Pese a que, como comentaba, al conjunto del disco le faltaba solidez, Pride hace que U2 triunfen en las listas de medio mundo, y que se hable de ellos como una banda destinada a grandes cosas en el futuro. Como banda nos encontramos a cuatro personas atrapados en cierto aire de misticismo, como si estuvieran concentrados antes del partido crucial del campeonato. Sus conciertos siguen siendo demostraciones de fuerza y rabia descontrolada con un dramatismo que va ganando terreno. Bono, se comienza a mostrar a sí mismo más como artista que como músico (las cosas de los grandes egos) y su interés por salvar el mundo ya se comienza a vislumbrar en sus declaraciones.
En 1985, el simpático Bob Geldof, músico irlandés de segunda con un único éxito (bastante casposo) en 1980 con su banda The Mollrats, tiene la brillante idea de montar el Live Aid, un gran festival con repercusión mediática mundial para concienciar al mundo entero del grave problema del hambre en África. El sistema es sencillo: traer a las más grandes estrellas del planeta para que toquen durante 15-20 minutos, retransmitirlo a todos los países y conseguir una repercusión absoluta de la desesperada situación de millones de personas en el continente africano. La lista de artistas fue aplastante: Tom Petty, John Mellencamp, Bob Dylan, Queen, Madonna... Y claro, semejante tinglado U2 no se lo podían perder. Pues bien, U2 arrasaron. Las cuatro canciones programadas se quedaron finalmente en tres por que durante la interpretación de Bad entraron en una especie de trance que les tuvo más de diez minutos improvisando y dejándose llevar. Simplemente apoteósico. Millones de personas de todo el planeta estaban asistiendo asombrados a la actuación de esos cuatro semidesconocidos en un ejercicio de furia contenida, pasión, carisma… Bono se erigió como ganador por KO del evento (y eso con actuaciones colosales de Petty o Queen!), y pese a que días después tuvo que perderse por la América profunda para recuperarse de la experiencia (una vez recuperado del trance, Bono sintió que había hecho el mayor de los ridículos), algo grande se estaba gestando. Tal es así que en cuando un aún desconocido Bono, llegó a un perdidísimo pueblo del sur estadounidense planteándose abandonar la música, conoció por casualidad a un artista local, un escultor que le enseñó una larga serie de obras que había creado después de actuación de los irlandeses en el Live Aid, que le había conmovido de tal manera que su show le había supuesto una experiencia casi reveladora, una inspiración para su arte, lo cual convenció por completo al dublinés.
El último peldaño para el salo definitivo estaba dado. U2 estaba en boca de todo el mundo y se intuía un futuro prometedor. Las expectativas se quedaron cortas, muy cortas. Lo que vino después no entraba en los planes de nadie. En diciembre de 1987 aparece The Joshua Tree, producido de nuevo por el inquieto Brian Eno. De todos es conocido el alcance que tuvo este disco en aquella época, U2 se convirtieron en mucho más que un grupo de rock, traspasaron la barrera de los estrictamente musical, fue una conmoción cultural total. Sus tres singles, por todos conocidos, coparon los números uno de todo el planeta durante meses, vendían millones y millones, arrasaron a todas las estrellas del momento, sus rostros aparecían en todas partes,… Y claro, para alguien tan desprendido como el amigo Bono, tanta repercusión le venía como anillo al dedo. Se sintió el dueño del mundo y comenzó a comportarse como tal. Él no era Ketih Moon, no era su estilo llamar la atención arrojando muebles por las ventanas de los hoteles, ni se lanzaba a la calle vestido de general nazi. Su rollo era más “místico”. Tan pronto hablaba del fatal daño de las drogas, como del hambre en Etiopía o de los conflictos en Sudamérica. Lo “curioso” es que detrás de esa imagen casi ascética, su pasión por el alcohol (como buen irlandés) y las mujeres (como buen irlandés!!) iba en aumento y le obligaban a llevar una doble imagen que a veces no sabía controlar. Mientras, Adam Clayton, el bajista, buceaba cada vez más profundo en aguas turbulentas; The Edge a punto estuvo de casarse con la sosa de Julia Roberts (Edge nunca tuvo demasiado carisma), y Larry Muller Jr.… bueno, Larry siempre ha tratado de quedarse en segundo plano, como todo buen batería.
Poco tiempo tardaron entonces en volver al estudio. Quizá tratando de aprovechar el tirón comercial, lo cierto es que en diciembre de 1988 lanzan al mercado Rattle & Hum, una colección realmente particular. Aquí se entrelazan nuevas canciones de estudio con grabaciones en directo, versiones de temas propios (Pride, Silver and Gold), covers de clásicos (Helter Skelter, All along the watchover), colaboraciones de figuras indispensables (Bob Dylan, BB King), o una escalofriante recreación de Still haven’t found como himno gospel,... El matiz diferenciador con sus predecesores se encuentra en esta ocasión en que la banda por primera vez se va a dejar influenciar (por decirlo de alguna forma digna, en algunos casos fusilan a gente como Bob Didley en Desire o Elvis en Angel of Harlem) por la música negra americana. El espíritu de los Sun Studio (donde grabaron varios temas utilizando los equipos que décadas atrás usaran Elvis, Cash,o Carl Perkins), de Billie Holliday, Miles Davis,... El resultado fue interesante cuanto menos. A nivel comercial siguió la estela del Joshua Tree, U2 seguía siendo LA banda de rock del planeta, no tenían rivales. Solo hay que ver la película-documental del mismo nombre para comprobar de qué eran capaces los cuatro irlandeses sobre un escenario con sus instrumentos: las interpretaciones de Helter Skelter en San Francisco, o All along the watchover mientras pintaba “rock n roll can stop de traffic” son propias de una banda sobrada de confianza. El Sunday Bloody Sunday hacia el final es sencillamente escalofriante. Otra cosa es que comercialmente el documental, estrenado en Madrid e ideado para las salas comerciales, fuera un estrepitoso fracaso del que Columbia salió bastante escaldada. En la opinión de muchos, pese a las fantásticas interpretaciones, el guión documental deja muchísimo que desear, con unas entrevistas inconexas e interés mínimo y una línea argumental completamente inexistente.
A pesar del enorme éxito de la banda en todo el mundo algo no funcionaba. U2 sentían que de alguna forma se habían traicionado a sí mismos dejándose llevar por un estilo digamos no propio: habían perdido en definitiva su identidad. Comienzan un nuevo punto de inflexión, el segundo en su trayectoria. Estamos en 1988, la moda imperante viene desde Manchester, donde las bandas locales sitúan la ciudad en el mapa musical al hacer emerger una corriente artística que mezcla la cultura pop-rock con sonidos bailables, y en las que sobresalen gente como los Stone Roses, Happy Mondays, Inspiral Carpets, Charlantans,... Y en ese estancamiento artístico, los irlandeses se dejan influenciar por esta corriente de modernidad. De hecho, en el propio Rattle & Hum ya habían dejado un pequeño guiño hacia ese sonido con God Part II, joya olvidada en el repertorio udosero, en la que un ritmo trepidante y una agresiva letra parece romper el hilo conductor de la música negra por la que se diluye el disco.
No es de extrañar entonces, que frente a semejante proyecto, la de dar el salto hacia sonidos mucho más modernos que apenas estaban comenzando a esbozar algunas formaciones inglesas, Brian Eno volviera a apoyar a la banda irlandesa. Y lo hizo ni mas ni menos que llevándoselos (dudo que casualmente) a los Hansa Studio de Berlín, donde Eno grabó con Bowie “Heroes”.
Y bien, no continuaremos más allá por que haría falta otro post igual de extenso o más que este para explicar la afrenta musical que supuso Acthung Baby a finales del 91, justo cuando apenas comenzaba la última gran explosión cultural de nuestro tiempo, donde Nirvana reventaría el status quo musical del planeta con lo que se llamaría el movimiento “grunge” o alternativo, los Red Hot Chili Peppers sorprenderían con su rock-funky-fusión y los REM darían el salto definitivo hacia el star system rockero. Lo que vino, desde luego es historia: el ZooTV Tour reinventó conceptos, y U2,a partir de Pop (1997) dejó de ser una banda de cuatro músicos sobre un escenario para convertirse en una máquina (fría) de rock circense (¿alguien quiere ver a bono disfrazado de músculos salir de un jodido limón gigante? ¿El mismo tío que cantaba sobre la guerra en el Ulster?), y con los años apenas una banda de pop carente de ideas arrastrando un pasado glorioso al que no pueden regresar.
Y eso, como digo, es ya otra historia.
Aquí el Joshua Tree remasterizado.